He nacido en abril de 1930 en Marghita, una pequeña ciudad de Transilvania, que entonces pertenecía a Hungría: nos sentíamos judíos húngaros. En marzo de 1944, a punto de cumplir catorce años, fui deportada con toda mi familia al campo de exterminio de Auschwitz en unos vagones de “ganado”, los jóvenes y niños de pie y los mayores sentados como malamente podían. El viaje duró 3 días y 3 noches. Primero separaron a mi padre y a mi abuelo materno. Yo me sujetaba del brazo de mi hermana, esta del brazo de nuestra madre quien a su vez iba del brazo de la abuela y esta del de la bisabuela.
El infame Joseph Mengele conocido como el “Ángel de la Muerte” supervisaba la selección: los menores de 16 y los mayores de 45 años no eran aptos para trabajar y eran enviados directamente a las cámaras de gas. ¡Mi hermana mayor y yo nunca más les volvimos a ver!
Conmigo se equivocó: tenía los pies hinchados y mi madre me había dejado unos zapatos de tacón por ser estos más grandes, un pañuelo en la cabeza y con la oscuridad de la noche aparentaba más edad.
A diario se hacían nuevas selecciones, para completar el cupo de personas para ser gaseadas. Yo estaba físicamente muy mal y cada vez que hacían “sacas” era una de las elegidas. Pero mis ansias de vivir eran más fuertes que la desesperación y aprovechaba algún despiste de los alemanes para saltar al otro lado del pequeño murete que había en el centro del barracón y así me salvé un día tras otro.
Se llevaron a mi hermana a otro campo de trabajo que estaba separado por unas alambradas de espino electrificadas. Pasado un tiempo no la vi allí más. El calor en verano y el frío extremo del invierno, el hambre y la desnutrición que padecimos hace imposible de imaginar nuestra lucha por la supervivencia. Además tuve malaria y TBC ósea, que me afectó de por vida a la columna vertebral. Fuimos liberados en enero de 1945 por las tropas rusas.
He de recordar que no todos éramos judíos: también fueron exterminados gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra, políticos, republicanos españoles (considerados apátridas), etc. Pero antes habían empezado por exterminar a los discapacitados físicos y psíquicos, incluidos los de la raza aria.
Volví a Rumanía, me encontré con mi hermana y estuve allí un tiempo hasta que pude viajar a Canadá, dónde tenía una tía que había emigrado antes de la guerra.
El padre de mis hijos, Ricardo y Patricia, era también judío, nacido en Budapest y refugiado en un tejado en Budapest durante un año vio como los nazis mataban a sus padres en el Danubio.