El combate contra la intolerancia

El combate contra la intolerancia

 

Mi tarea de lucha y denuncia ha sido desde luego larga y muy activa, también después del juicio. La sentencia del Constitucional me ayudó mucho: tuvo una gran repercusión en los medios de comunicación españoles, a los que debo agradecer una vez más -al menos a la mayoría- el apoyo que siempre me han prestado colaborando así con mi firme objetivo. Muchas instituciones de todo tipo, y muchas personas particulares que me escribieron en aquellos días, me llenaron de emoción al comprobar que mi trabajo tenía un resultado evidente.

En todos los sitios a donde iba encontraba y sigo encontrando apoyo y aliento para seguir combatiendo. Lo cierto es que me sentí, de alguna manera, compensada por la lucha tan dura que mantuve durante todos aquellos años, y por fin tuve la sensación de que mis derechos habían sido rehabilitados.

El 30 de marzo 1994 murió Léon Degrelle a los ochenta y siete años de edad, Supe que quisieron llevar sus cenizas a Bélgica, donde no le permitieron la entrada. La prensa belga escribió que si había sido persona non grata en vida, seguía siéndolo una vez muerto. Así que aparte de las actividades ya previstas, adicionalmente los medios de comunicación nuevamente me requirieron debido a ese fallecimiento, aunque yo ya casi nada podía añadir.

Con ocasión del cincuentenario de la liberación de Auschwitz (27 de enero de 1945), pude responder a todas las solicitudes, aunque ya tan sólo desde mi domicilio y muchas veces únicamente por teléfono.

Me siento orgullosa -tristemente orgullosa- de haber podido informar a los que no vivieron aquel infierno, tratando de contar mi historia sin que fuera morbosa. Sobre todo, en todo momento, de haber podido alertar.

El libro (ahora reeditado una vez más) es un legado para ellos, para mi familia, y para las generaciones futuras. Espero que sea también un documento valioso para todas aquellas personas que puedan de alguna manera tener la más mínima duda sobre la veracidad de los horrores perpetrados en este siglo contra la humanidad.

He querido contar mi historia sencillamente como un testigo más, para que no se olvide nunca, para que los testimonios de quienes allí estuvimos sean una antorcha que ilumine a nuestros hijos por el camino de la tolerancia y la paz. Quizá, y éste es mi mayor deseo, así las semillas del odio no vuelvan a brotar de nuevo, y el mundo pueda decir siempre, siempre, lo que nosotros jamás nos cansaremos de repetir: nunca más.

 

Violeta Friedman murió en Madrid el 4 octubre 2000